Ensayo


Primer borrador ensayo autobiográfico.

Durante todo el transcurso de la vida, una persona adquiere miles de experiencias: buenas, malas, regulares, pero lo más importante es que cada una de ellas deja una enseñanza diferente. Tengo 19 años y soy consciente que me faltan miles de acontecimientos más por vivir, pero hasta este momento, mi mayor moraleja ha sido parte del cambio a tiempo de carrera profesional.


En la infancia se experimentan pocas preocupaciones; a medida que vamos creciendo y tomando conciencia de las responsabilidades, estas van aumentando relativamente proporcional a la edad. Responsabilidad se define como la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente (RAE, s.f.). Por esta razón, un niño no abarca en su día a día muchas responsabilidades; sus padres se encargan de sus pocas decisiones y, cuando llegamos a la adolescencia, tampoco es que estás hayan hecho un gran avance; en realidad, en la mayoría de los casos, lo único que nos puede llegar a preocupar es obtener buenas notas en el colegio y estar satisfecho con el círculo social al que pertenecemos. A los 17 años aproximadamente, cuando estamos a muy poco tiempo de culminar la etapa de la secundaria, empiezan a aparecer una serie de interrogantes: ¿Qué voy a hacer cuando me gradué?, ¿qué estudiaré?, ¿dónde estudiaré? Se supone que en los pocos años que llevamos viviendo nos preparamos para esta etapa, definimos y desarrollamos un plan de sueños que de acuerdo al momento de nuestras vidas debemos empezar a cumplir. La Dra Luisa María Guerra Rubio expone: “la elección profesional es una forma de expresar el desarrollo alcanzado por nuestra personalidad en el período de la adolescencia donde la persona debe determinar cuál será el camino a seguir, en esta etapa de la vida se imponen dos crisis, una propia del evento vital por el cual se está transitando y otra, por ser precisamente en ésta época de menos ajuste emocional, cuando debe concretarse, según nuestra cultura, el destino profesional de una persona” (Rubio, s.f.)

Cuando tenía 6 años deseaba ser una princesa, a los 9 quería ser astronauta, a los 12 actriz (actividad en la que fallaba una y otra vez), hasta que a los 15 decidí ser médica-cirujana. Con este anhelo me gradué y empecé a buscar las oportunidades que necesitaba para ingresar a la Universidad. Pasaba el tiempo y las puertas se cerraban, dicen que cuando se cierra una puerta se abre una ventana; al parecer, este no fue mi caso hasta después de un semestre de haberme graduado. Así fue como llena de angustia y tristeza por “descansar” 6 meses de mi vida, por fin lo había logrado, emprendí a hacer la carrera que tanto deseaba. Llevaba conmigo preocupaciones de no poder con esta carrera que pintaban ser tan difícil; soy una persona sensible que creía que esto era suficiente para asistir a personas indefensas en la sala de un hospital. El día a día reflejaba la felicidad de mi madre al saber que estaba haciendo lo que yo tanto quería, y yo me enfrentaba a la decisión que había tomado con temor a las consecuencias que esto podría traer. Los primeros dos meses fueron estupendos, conocí personas que estaban dispuestas a dar todo por empezar este viaje en el que yo ya estaba, personas determinadas a enfrentar todos los obstáculos que se les presentaran con tal de hacer lo que ellos soñaban… ser médicos. De esta manera empecé a cuestionarme de nuevo: ¿estaba haciendo lo correcto?, ¿mis gustos por la medicina eran suficientes para terminar siendo profesional?, ¿desilusionaría a mi familia?, ¿la medicina para mí era vocación o influencia familiar? La influencia de los padres hacia sus hijos comienza desde antes de nacer. Algunos lo piensan; otros lo dicen con frases como: “A mi hijo voy a darle los estudios que no pude tener yo” o “Me gustaría tener un hijo varón para continuar con mi empresa”. Así, en el grupo familiar, cada miembro con sus diferentes expectativas, va preparando un entorno apropiado para el bebé que pronto llegara. Un número menor de jóvenes “no quieren pensar demasiado” y, en consecuencia, se deciden por la carrera que proveerá más seguridad económica para ellos y más tranquilidad a sus padres. (Ray, 2012)


Me sentía en una cuerda floja, tratando de mantener el equilibrio; faltaba poco para culminar el semestre y estos interrogantes no se solucionaban en mi cabeza. Además, escuchaba cómo las personas criticaban a quienes se retiraban o cambiaban de carrera. Tal vez mi temor más grande era ese, saber que mis compañeros ya tenían un futuro definido y ahí estaba yo, con 18 años sin saber qué hacer. Sabía que retirarme y tomarme otros seis meses iba a ser difícil; al parecer, esta era la solución más cercana. Lastimosamente, era tanta la confusión en mi cabeza que ni yo misma me entendía.



Mi madre empezó a sospechar que me encontraba indecisa y confundida con el tema de la profesión, de una u otra forma me conocía lo suficiente para saber que había tomado una decisión de la cual me arrepentía. Faltaba exactamente un mes para culminar el semestre, tenía que tomar una decisión rápida y decisiva, no debía seguir en algo donde no me sentía a gusto. Sin embargo, me tranquilizaba el hecho de saber que muchos jóvenes “no saben” qué les gusta o tienen múltiples gustos y, por ende, les cuesta seleccionar y priorizar “algunos” para postergar otros. El problema era que ni yo misma tenía indicio de que me gustaba; al parecer, hacia parte de ese pequeño 3% de colombianos que se había equivocado al elegir carrera (Educación, 2011). No quería quedarme otro semestre sin estudiar, entonces, después de tanta insistencia por parte de mi familia, acepte ir al psicólogo. Ahí fue donde me relajé, desahogué y por fin entendí que no importaba si me había equivocado, porque de todo lo vivido siempre quedaran enseñanzas. Siempre he sido una persona orgullosa, aceptar equivocarme y enfrentar a las personas a mí alrededor fue difícil, pero a nadie le debía dar explicaciones. Mi mente no procesaba otros seis meses sin estudiar; aunque me sentía más tranquila después de las secciones con el psicólogo, sabía que el tiempo estaba corriendo y no podía esperar más cuando era ese mi miedo más grande.

Un día salí a comer con mi primo, estábamos conversando y un tema llevó a insinuarme que estudiara Ingeniería Industrial; inicialmente lo tome como una broma. ¿Yo como ingeniera? Lo dudaba. Pasó aproximadamente una semana y, aunque mi mamá aparentaba estar a gusto con tomarme un semestre más, sabía que no le agradaba mucho la idea. Entonces empecé a investigar sobre posibles carreras y a realizar cuanto “Test” se me aparecía para definir mis gustos, cosa que al final no logré. Pero por curiosidad ingresé a la página web de una universidad donde pude ver el pensum y los campos de acción de Ingeniería Industrial; al principio no estaba segura, pero decidí hacer la inscripción en dos universidades. Fue una gran sorpresa cuando recibí la llamada de aceptación en ambas Universidades. Este nuevo viaje lo iba emprender con todas las ganas. Sin estar 100% segura, se lo confesé a mi madre y, aunque ella sentía temor, me dijo que me apoyaba.


Durante el primer semestre de Ingeniería Industrial en Icesi entendí que mi vida podría estar enfocada en esta carrera, descubrí que por fin podría ser parte de algo y sentí que la confusión en mi cabeza estaba dejando de ser confusión, es decir, podría ser la persona que tanto había deseado.



Bibliografía

Educación, M. d. (5 de Mayo de 2011). MinEducación. Obtenido de http://www.mineducacion.gov.co/cvn/1665/w3-article-270477.html
RAE. (s.f.). Real Academia Española. Obtenido de http://dle.rae.es/?id=WCqQQIf
Ray, E. (10 de Septiembre de 2012). El Diario. Recuperado el 1 de Abril de 2016, de http://www.eldiario.com.ar/diario/suplemento/universitas/57885-vocacion-o-mandato-familiar.htm
Rubio, L. M. (s.f.). Psicología para América Latina. Recuperado el 1 de Abril de 2016, de http://psicolatina.org/11/eleccion.html











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